sábado, 16 de julio de 2011

El Castillo de Praga

Hay cosas que quisiera hacer como cualquier chica de mi edad, pero siempre tendremos misiones por cumplir. El deber llama.
Sábado 18 de Junio 2011, 12:37am. El enorme ventanal de piso a techo y, de pared a pared del Estudio de Música de mi casa, espera impaciente la entrada de mis Ancestros.
Las cortinas beige bailan al ritmo del aire sigiloso y fresco.
Descalza, espero tranquilamente interpretando a Chopin al piano. Tocaba el Waltz No.7 Opus 64 No.2  http://youtu.be/dii3XZ2czec
El reflejo de la Luna llena majestuosa sobre la alberca, danzaba al compás del armonioso sonido, emitido por el piano negro de cola.
Mi pijama es tersa, muy suavecita al tacto y, lo suficientemente vaporosa para amortiguar el calorcito de verano.
La noche anterior, "ellos" me habían comentado, irían a esa hora para que fuéramos a visitar a un personaje importante… a ayudarlo… a recordarlo.
Inmediatamente después de terminar de interpretar a Chopin, fantasmas nebulosos opacan el brillo de la Luz de Luna reflejada sobre el piso de mármol.
Un halo caliente traspasa mis poros.
Son ellos, llegaron por fin. Les sonrío con alegría expectante…  quisiera abrazarlos. “Greetings W C” dicen… tengo a ellos y a los tiernos… jejeje
“K” el que fuera mi abuelo tiempo otrora, es el primero en tomar la palabra: ‘Hoy iremos al Castillo de Praga, ponte zapatillas abiertas y ese traje de lino blanco ajustado que tienes, así como tu juego de perlas en pulsera, aretes y gargantilla. La ocasión amerita. Apresúrate porque tenemos el tiempo medido’.
Al estarme cambiando de ropa, sentía un extraño movimiento dentro de mi estómago; algo que me recorría de arriba hacia abajo en el esófago.
Efectivamente, tenía el presentimiento de que iba a vivir emociones inimaginables, como las que siempre he vivido junto a “ellos”.
Mi parre descansaba plácidamente en su recámara. Hasta la mía alcanzaba a oír sus ronquidos.
Aunque ya me había puesto mis zapatillas destalonadas, opté por quitármelas, porque debía pasar enfrente del cuarto de mi Parre, para llegar al Estudio de Música, lugar donde me esperaban desesperados mis Ancestros.
Listo! –digo al llegar nuevamente frente a ellos-
“F”, el que fuera mi padre en tiempo de los Ichtak, se acerca para bañarme de polvo estelar, así como para introducirme en la boca parte de ese polvo.
Mis ancestros son los primeros en extender sus alas, entonces extiendo las mías.
El aire me envuelve y protege. Finas gotas de rocío bañan mi rostro. No se siente la distancia y el tiempo volando junto a ellos.
De pronto llega a mi nariz y cerebro, olor característico al aire de mar salado.
‘Hemos llegado’ dicen casi a coro.
Es una tarde rica en matices color naranja y ocres. El Puente de Carlos, el más antiguo de Praga, atraviesa una parte del Río Mondalva.
Caminar por ese puente en esa tarde, realmente lo disfruté mucho, porque no había muchos turistas. Dicen que se construyó en 1357 por el Rey Carlos IV.
Alcanzo a observar tres torres. Está decorado también por 30 estatuas barrocas como la de San Luthgard y datan del 1700.
Gaviotas pasan por encima de nosotros con su peculiar comunicación entre ellas.
Todo es barroco aquí. Mercadito Dominical diminuto, donde no vemos converger mucha gente. Una iglesia a lo lejos se ve como monumento envuelto en mitos.
Disponemos nuestros pasos hacia el restaurant Bellevue, donde la especialidad es la cocina checa creativa.
Nuestro Objetivo: Un señor de 85 años comiendo en ese restaurant, al aire libre y en calle adoquinada.
Come brunch (pollito marinado con sabores agridulces), y toma vino blanco a ritmo de un jazz lento y cadencioso.
¿Algo en especial? –pregunto a todos-.
Nada, puedes improvisar –responden-.
Una señora pasa vendiendo flores y le compro un ramo de jazmines.
Acercándome hacia donde el Sr. estaba, puedo observar la pasividad con que corta sus alimentos, así como la elegante manera que posee al agarrar su copa de vino.
Fino y educado. Vestía un Armani color hueso, acompañado con zapatos de ante Louis Vuitton del mismo color. El último toque lo tenía un sombrero color hueso con cinta negra, enmarcando la orilla y comienzo del ala del mismo.
‘¿Me puedo sentar?’ - le pregunto ofreciéndole una gran sonrisa y, extendiéndole el brazo donde traía los jazmines, sin dejar de percibir su agradable olor a citronela-canela...
‘Le traje esto para adornar su mesa’- le digo poniendo los jazmines dentro de un florerito al centro de su mesa y, cuya flor languidecía-.
Me sonríe con una cálida mirada azul intenso. La charla es amena.
Hablamos tanto y a la vez tan poco… el tiempo se me hizo cortísimo estando a su lado.
Me comentó cuántas veces a la semana acostumbraba a ir a ese restaurant, tan solo para disfrutar del jazz en vivo que ahí ofrecían, de lo que siempre le había fascinado subirse a un avión en busca de aventuras a tierras lejanas o poco conocidas, de lo solitario que se había quedado desde que su esposa había fallecido…
También me contó acerca de su vecino más próximo: “El Castillo de Praga”, cuya edificación se realizó entre los siglos X al XX.
‘Está unido por patios, galerías, cafés y jardines. Tiene el Record Guinness por ser el más grande y antiguo del mundo… He realizado grandes caminatas en su interior’ –comentó, con esa mirada que de momento sentía viajaba-
‘Me gustan tus ojos cafés’ – dijo repentinamente-.
‘A mí me pueden enloquecer los suyos, de un azul tan profundo y vistoso’ – le comenté sonriendo y, sin dejar de sentir un leve rubor sobre mis mejillas-.
Parecerá locura, pero sentía que lo conocía de años. Fabio me dijo se llamaba.
Lo acompañé con una copa de vino blanco, porque yo había cenado como marranito y la verdad prefería no ingerir más alimento.
Cuando hubimos terminado, me ofreció su brazo para encaminarnos rumbo a su casa, cerca del “Castillo de Praga”.
Cuántas historias, cuántas anécdotas me pudo ir contando durante el camino, yo podía observar cómo mis Ancestros nos venían siguiendo. Invisibles eran para todos los demás.
Aunque no estuve muy segura de que a Fabio le fueran indiferentes, porque en dos ocasiones volteó a verles, pero nunca mencionó nada. Sólo su mirada denotaba haber visto “algo”.
El ocaso estaba por desaparecer, para dar paso a la noche. Por la calle empedrada, luchaba porque mis tacones no se atoraran en el adoquín. Al voltear a ver el piso, sentí como un mareo indescriptible me hizo cerrar mis ojos momentáneamente.
Al abrirlos, “ellos” me ubicaron en el año de 1773 E.U.A. en la época del “Motín del Te”, precedente a la Guerra de Independencia de E.U.A.
Fabio venía de participar en la rebelión de colonos.
Yo lo esperaba ansiosa, en la puerta de nuestra finca. Parada ahí sobre el portal y entre dos grandes columnas de 6 metros de altura, que enmarcaban el acceso de entrada.
Al principio no sabía ni qué era lo que observaba al frente.
Hasta que lo divisé frente a mí, supe era Fabio.
Hombre joven como de 37 años aproximadamente, gallardo, bien parecido, blanco, alto, fornido, de cabello color castaño claro tirando a rubio, el azul de sus ojos fue lo primero que identifiqué y, comparé con los del abuelito con el que había cenado, hacía unos momentos cerca del Castillo de Praga.
‘Es él, mi corazón me lo dice’ – me dije a mí misma, aunque venía con la cara llena de tierra, cojeando y su ropa ensangrentada-.
Me emocioné tanto al reconocerlo, que mi estómago me dio un vuelco de alegría, corrí hasta su encuentro sobre el largo pasillo, adornado con flores de colores a lo largo y en cada lado, ubicado a la entrada de nuestra finca.
‘Amorcito, llegaste’ – le dije con lágrimas en los ojos, abrazándolo fuertemente y colgándome de su cuello.
El emitió un ‘Ayyy’ porque venía herido de bala en uno de sus hombros.
‘¿Te lastime mi amor?, perdóname por favor, fue sin querer, solo quería abrazarte de todas las veces que estuviste ausente – le dije-.
Él me agarró de la nuca con una sola mano y, me besó apasionadamente, en un largo y profundo beso.
‘Sabes a tierra mezclado con canela y citronela’ –le dije sin dejar de sonreírle- .
Tenía sed y qué mejor, mis besos y saliva.
Le preparé inmediatamente un baño de tina con agua muy caliente.
‘Vengo muy cansado y adolorido’ -dijo-
‘No te preocupes amorcito, ahorita te reanimarás’ – le contesté, en tanto derramaba esencia de Lavanda sobre la tina y, comenzaba a tallarle su cuerpo con albahaca fresca-.
Efectivamente el baño, mis cuidados y mis caricias lo reanimaron muchísimo, tanto que al estarle secando su cuerpo con la toalla, no aguantó más y empezó a besarme desesperadamente.
Su lengua recorría toda mi cavidad bucal. Lo que más recuerdo me gustó, fue cuando con la punta de su lengua comenzó a rozarme el paladar.
Era una sensación tan estremecedora y electrizante, que a los 10 segundos de comenzar a besarme ya estaba empapadísima de la entrepierna.
Yo usaba un vestido enorme, esos en donde tienes que utilizar crinolina, y calzón hiper largo y mallas, y no sé qué tanta onda.
No sé cuánto tiempo nos estuvimos besando así, cuando de repente siento como  su virilidad estaba súper erecta.
Esa moda de antes sí que era incómoda para quitársela.
Al desatarme el corpiño, pudieron salir mis enormes pezones rosados, los que aprisionó con su boca caliente, los lengüeteaba y mordía con tal ansiedad que me provocaba dolor.
Terminó de quitarme el corpiño, el vestido, la crinolina, el gran calzón y, como las medias se atoraron, pues las desgarró como pudo para poder penetrarme rápidamente.
Era tan rico volverlo a sentir dentro de mí… así de fuerte, así de enérgico, así de posesivo.
Como estábamos parados y, yo con una pierna sobre su hombro sano, me cargo frente a él, tomándome de las nalgas para subirme a una cómoda de cajones en nuestra recámara.
Allí el movimiento de su miembro para penetrarme rápidamente, fue mucho más enérgico. Sin dejar de besarme y morderme los labios, de morderme el cuello hasta verdaderamente dolerme, apretaba y masajeaba mis senos.
Volvió a atrapar mis pezones con sus labios y lengua.
‘Te extrañé no sabes cuánto’ –me decía entre lamida y lamida-
‘Mmmm… ¿qué es este líquido dulce y delicioso que te está saliendo por los pezones? - preguntó-
Estoy embarazada amor… lo que estás degustando es mi calostro. Al parecer tengo 2 meses de embarazo. Un mes más del tiempo en que te fuiste a arreglar el mundo –le contesté entrecortadamente y realmente sofocada con sus succiones-.
Besos, arrumacos, caricias y penetraciones que se alargaron al anochecer.
“Es tiempo” -mis ancestros hablan-.
Me levanté de la cama sonriéndole a Fabio y, cubriéndome con una sábana.
Al momento de tocar descalza el piso de nuestra recámara, vuelvo a sentir el mismo mareo que sentí al transportarme a E.U.A. año 1773.
Cierro automáticamente los ojos y al abrirlos, ahora estaba nuevamente vestida con el traje de Lino blanco con el que salí de mi casa actual.
Fabio estaba sentado a la orilla de su cama sonriéndome.
Alcé la mirada y pude observar el lugar.
Era una recámara sumamente espaciosa, con una pequeña sala de estar a mano derecha.  En una de sus paredes, reposaba el famoso Rembrandt “Chica en paseo al atardecer”, si lo recordaré del tiempo que iba mucho a los museos.
Ni tiempo dio de preguntarle si era original. Todos los demás muebles eran de fino nogal, había un juego de tetera de plata sobre una mesita circular, colocada cerca de la cama. Un ventanal enorme dejaba entrar la luz del faro nocturno de la calle.
Las paredes contenían un tapiz de escudo en el perímetro de cada una de ellas. La cenefa que cubría los ángulos superiores del techo, estaba delicadamente pintada con un dorado brillante. Había lujo por doquier.
Al voltear a ver a Fabio, pude ver como su rostro lentamente se transfiguraba en el abuelito de 85 años, con el que compartí el brunch.
“Estoy listo” –dice Fabio-.
‘Toma su mano’- dice mi abuelo-.
Lo tomo de la mano y algo me impulsa a besarlo en los labios. El sabor a canela con citronela lo vuelvo a degustar.
Caminamos hacia la ventana y guiados por “ellos” extendemos nuestras alas y comenzamos a subir.
‘¿Dónde vas a estar?’ – me pregunta Fabio girando su cabecita, para encontrarme con esa bella mirada azul intenso-.
‘Aquí’, le señalo llevando mi mano sobre su corazón.
Agarra mi mano fuertemente, apretándola sobre su pecho y me hace detenerme en el aire… ‘¿Siempre?’ –vuelve a inquirir-.
‘Siempre que tú quieras’-respondo-  .
‘Pero tú te quedas, otros de tocarán, harás familia’ – comenta-.
‘Probablemente el 1ero. en retornar serás tú’.
‘Cuando nos volvamos encontrar, seguramente hasta hijos tendrás, vida ya habrás hecho, porque moriré después que tú. Por lo que, quien me llevará ventaja siempre serás tú. En mis caminos, a tí más grande siempre te hallaré. Pero es mejor, para que con la sabiduría adquirida durante todas estas vidas, llevemos una relación con madurez, armonía y concordia.

Existen cosas que aún no me rebelan de ti, pero aseguran todos ellos -señalo a mis Ancestros, quienes también se detuvieron en el vuelo-, que pronto me informarán sobre nuestras deficiencias y cuestiones, que como mortales debemos pulir y matizar, para poder estar juntitos nuevamente’ –le expliqué-
‘Pero ¿me seguirás amando?’ – pregunta Fabio-
‘Por supuesto. El hecho de que otras manos nos toquen y, en otros cuerpos hallemos satisfacción sexual, no quiere decir que olvidemos nuestro gran amor. El corazón siempre nos ayudará a distinguirnos e identificarnos como almas gemelas. Deberás fluir y aprender sobre las experiencias que te toquen vivir, positivas o negativas según el punto de vista que tengas. El amor no se debe medir solo por la pasión que impregnes en otro cuerpo al momento del acto sexual. El amor implica unión de pensamiento, gusto, ideas, objetivos, planes, proyectos, etc. Lo más seguro es que, de verdad, Dios nos ponga nuevamente en el mismo camino, haciendo que nuestros destinos se crucen nuevamente. Dependerá de nosotros mismos el identificarnos y perpetuar nuestro amor, que independiente de volver a disfrutarnos físicamente y con otro cuerpo, nos compenetraremos en amor filial y fraternal, sin egoísmos y personalizaciones o posesividades. Siempre te voy a amar. Siempre te voy a buscar. Siempre te voy a encontrar, no lo dudes amorcito. Dios me ayudará. No importa que tengas hijos, los querré igual que a ti porque serán una partecita de ti, porque llevarán también tu sangre. No lo dudes amor’ – terminé diciéndole-
Me besa ahora él, con una melancolía y desesperación, que pude haber roto en llanto, pero era necesario mantenerme firme y sin lagrimear.
Al terminar de besarnos, lo abrazo fuertemente y comenzamos a entrecerrar los ojos porque, frente a nosotros aparece la gloria divina más grande jamás vista.
Una luz perpetua e incandescente lo hace desaparecer, con una sonrisa tatuada en sus labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario